Era una rara enfermedad, la luz, por más débil que fuera, destruiría su vista poco a poco, pero podría no perderla nunca si se mantenía en total oscuridad. Decidió mantener los ojos cerrados y cambió los lentes de sus anteojos por dos placas negras. El tiempo que le quedaba de vista sólo lo usaría para verla. Ella le avisaba cuando estaba en su campo visual, y él levantaba los párpados y se sacaba los anteojos. Mientras ella estaba en el trabajo, en otro cuarto, o a sus espaldas, él era ciego: contaba los pasos, aguzaba el oído, caminaba con bastón, hasta leía en Braile.