Hoy es una ocasión para decir algunas cosas, porque este es el último invierno, la última tarde anciana. En realidad es una ocasión porque sí y a la mierda las tardes, los inviernos, en realidad nunca algo es último. En esta ocasión puedo decir que el azar es la capa más externa de la tierra, sobre la que estamos, que el azar es como el espíritu santo pero no es santo, y no hay que perderlo de vista para no perder el rumbo, hay que dejar la radio en esa estación, siempre. Hoy puedo decir que me desespera la gente que sufre, hoy puedo ser sincero y confesar que me tranquiliza ser uno de ellos. Hoy puedo decir que no somos malos, solo somos nieve, barro o arena y eso le puede joder a cualquiera. Puedo decir que lo único que importa es el círculo y el punto y π, φ, quizá el pentágono, pero todo eso se complica y se pierde bajo el pajar y el pajar se incendia todas las noches. Hoy es un buen día para decir que solo queda lo que queda, no lo que quiera quedarse.
lunes, abril 24, 2006
miércoles, abril 12, 2006
Por la canción he recordado el último instante de esos. Hablo de cuando parece que todo se juntara, que sientes el tiempo, que tus sentidos están abarcando más de lo acostumbrado.
Cada vez que he sentido los instante los he gozado, nunca hay miedo. Es similar al recorrido de aire en la espina dorsal cuando lees un buen pasaje, ves una gran escena, o escuchas "la" música. También está en el amor, como cuando un día de la nada repasas las fotos que tienes en la PC y ves la de alguien a quien amas, y la miras y solo de mirar la imagen te da eso, ese estremecimiento.
Pero los instantes. Esos instantes que no los da nada específico, solo el mundo, esos son distintos. Son como más grandes, como que no los estuvieras sintiendo desde ti si no desde fuera, como si pasaras por ellos, como si sintonizaras aleatoreamente con una atmósfera escondida dentro de la cual todo el tiempo se vive así.
He recordado el último, y siempre que recuerdo el último recuerdo un poco todos y mucho el primero. Y siempre es simple, siempre solo son lugares e imágenes de personas, objetos, y no se puede decir mucho, el lenguaje se queda corto.
El primero pásó cuando tenía 12 años. Mi abuela me llevaba en el auto al colegio. Era una mañana soleada lo único que hice fue observar las plantas de las calles de Miraflores, sólo las plantas. Y empecé a verlas realmente, verlas vivas, a todas, vi que se movían, que hablaban, que todos los matices verdes eran latidos de un cuerpo, texturas de una piel. Sentí el primer estremecimiento.
El último fue el lunes pasado, antes de cruzar una transversal de Pardo. El final de la última tarde tenía buen color; los naranjas y rojizos del sol mortecino, pero entibiados por aire húmedo removido por viento marino, del malecón. Caminaba calle abajo y paré en la esquina esperando que pasen los autos. Era salida de oficinistas y hora punta. Había una chica uniformada fumando sentada sobre un muro, con un gesto hermoso de aburrimiento infantil, lúdico, engreído. La espalda de un hombre con un apuro disciplinado, marchante, agitaba unos papeles en la mano, como si fueran pesados, importantes. El hombre se perdía tras una puerta de vidrio polarizado. La ventana móvil de una combi enmarcaba el rostro de una mujer que se tomaba la mandíbula; la mano le obligaba una sonrisa que no iba con sus ojos melancólicos. Luego la señora del kiosko, el cobrador, a cada una de las counters de la aerolínea. Así empecé a sumar a todos, a conjugar el movimiento de todos, buscar la armonía entre las quince o veinte personas de una esquina comercial de Pardo a las seis de la tarde, y con suerte entré a una corriente de viento de esa atmósfera escondida, entré una vez más, y aún son pocas.
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Cada vez que he sentido los instante los he gozado, nunca hay miedo. Es similar al recorrido de aire en la espina dorsal cuando lees un buen pasaje, ves una gran escena, o escuchas "la" música. También está en el amor, como cuando un día de la nada repasas las fotos que tienes en la PC y ves la de alguien a quien amas, y la miras y solo de mirar la imagen te da eso, ese estremecimiento.
Pero los instantes. Esos instantes que no los da nada específico, solo el mundo, esos son distintos. Son como más grandes, como que no los estuvieras sintiendo desde ti si no desde fuera, como si pasaras por ellos, como si sintonizaras aleatoreamente con una atmósfera escondida dentro de la cual todo el tiempo se vive así.
He recordado el último, y siempre que recuerdo el último recuerdo un poco todos y mucho el primero. Y siempre es simple, siempre solo son lugares e imágenes de personas, objetos, y no se puede decir mucho, el lenguaje se queda corto.
El primero pásó cuando tenía 12 años. Mi abuela me llevaba en el auto al colegio. Era una mañana soleada lo único que hice fue observar las plantas de las calles de Miraflores, sólo las plantas. Y empecé a verlas realmente, verlas vivas, a todas, vi que se movían, que hablaban, que todos los matices verdes eran latidos de un cuerpo, texturas de una piel. Sentí el primer estremecimiento.
El último fue el lunes pasado, antes de cruzar una transversal de Pardo. El final de la última tarde tenía buen color; los naranjas y rojizos del sol mortecino, pero entibiados por aire húmedo removido por viento marino, del malecón. Caminaba calle abajo y paré en la esquina esperando que pasen los autos. Era salida de oficinistas y hora punta. Había una chica uniformada fumando sentada sobre un muro, con un gesto hermoso de aburrimiento infantil, lúdico, engreído. La espalda de un hombre con un apuro disciplinado, marchante, agitaba unos papeles en la mano, como si fueran pesados, importantes. El hombre se perdía tras una puerta de vidrio polarizado. La ventana móvil de una combi enmarcaba el rostro de una mujer que se tomaba la mandíbula; la mano le obligaba una sonrisa que no iba con sus ojos melancólicos. Luego la señora del kiosko, el cobrador, a cada una de las counters de la aerolínea. Así empecé a sumar a todos, a conjugar el movimiento de todos, buscar la armonía entre las quince o veinte personas de una esquina comercial de Pardo a las seis de la tarde, y con suerte entré a una corriente de viento de esa atmósfera escondida, entré una vez más, y aún son pocas.
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lunes, abril 10, 2006
Acabo de ver Los amantes del círculo P.
Las lágrimas de Ana al lado de Otto en los ojos de Ana.
Ana (Najwa Nimri Urrutikoetxea) es mi actriz favorita (junto con Cate Blanchett) desde Abre los ojos, luego en Lucía y el sexo. Ahora más favorita.
El sol rueda sobre el horizonte porque el círculo polar es un kipá que gira siempre expuesto al sol.
Mi G le tiene celos a Ana desde Abre los ojos. Le parecía fea hasta hoy que no tanto.
Todo es muy bonito esta noche, desde los besos de lagarto hasta el entusiasmo de Nadine y de Ollanta, que provoca ser bueno con ellos, pero no se puede.
FIN landia.
Las lágrimas de Ana al lado de Otto en los ojos de Ana.
Ana (Najwa Nimri Urrutikoetxea) es mi actriz favorita (junto con Cate Blanchett) desde Abre los ojos, luego en Lucía y el sexo. Ahora más favorita.
El sol rueda sobre el horizonte porque el círculo polar es un kipá que gira siempre expuesto al sol.
Mi G le tiene celos a Ana desde Abre los ojos. Le parecía fea hasta hoy que no tanto.
Todo es muy bonito esta noche, desde los besos de lagarto hasta el entusiasmo de Nadine y de Ollanta, que provoca ser bueno con ellos, pero no se puede.
FIN landia.